Victoria y Anexas/Ambrocio López Gutiérrez/

Por muchos años las mujeres han sido sometidas debido a la ideología machista que se tenía y, que aún sigue presente, en la cual los hombres poseían el control total e incluso eran los que tomaban la decisión de no permitir a las mujeres trabajar, ya que, creían que lo único que debían hacer era labores del hogar y cuidar de los hijos. La superioridad del hombre hacia la mujer no sólo sucedía en el ámbito familiar sino también dentro del ámbito laboral. Carmen Guadalupe Lara Camacho estudiante destacada de la Licenciatura en Sociología que se imparte en la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT), realizó una investigación denominada “La desigualdad laboral en torno a la mujer en puestos de poder educativo” donde abundó acerca de este tema.

Citando a estudiosos del género como Díez, Terrón y Anguita (2009) plantea: Cuando un hombre es elegido para un puesto directivo, este hecho es celebrado y valorado habitualmente por su familia y amigos: hay un estímulo y un reconocimiento inicial de lo que supone en cuanto a reconocimiento personal, promoción laboral, status social; además, se asume implícitamente y sin cuestionamiento que la estructura familiar le proporcionará ánimo, apoyo y cuidado de la intendencia doméstica para que pueda estar “liberado” de mayores cargas para poder desempeñar el nuevo rol. En el caso de las mujeres, esto cambia: se percibe como un problema añadido el tener que desempeñar un cargo de dirección, pues correlaciona directamente con el supuesto de que implicará un abandono de otras responsabilidades (normalmente referidas al ámbito privado: desatención emocional de la pareja; menor tiempo para el cuidado de los hijos e hijas o no atención a las tareas domésticas).

Anteriormente, el hombre era el único que se encargaba del área publica; ejemplo de ello es que los papeles que tomaba eran fuera de casa en áreas de la política y en la toma de decisiones dentro de las sociedad, esto invisibilizaba a la mujer, por estereotipos marcados culturalmente por la sociedad en donde el género femenino no tenía voz y voto. A las mujeres no se les tenía en cuenta, puesto que, los hombres las veían inferiores y no las creían capaces de hacer lo mismo que ellos hacían. Abramo (2004) comenta: Después de tres décadas en que se observa un crecimiento sostenido de la participación laboral femenina en América Latina y en que se incrementan, a un ritmo superior a los de los hombres, sus niveles de escolaridad y educación aún persisten serios obstáculos para una inserción y permanencia de las mujeres en el mercado de trabajo en igualdad de condiciones con respecto a las de los hombres. Con los años esto se ha ido transformando debido a que las formas arraigadas de conducta y acciones que debería hacer el hombre y la mujer evolucionaron, ya que, hoy en día las mujeres pueden trabajar lo cual ha favorecido su aceptación e inserción dentro del ámbito laboral.

Según Verduzco e Inzunza (2019) citados por Fussel y Zenteno, Cerrutti y Zenteno, Cerrutti, Rendón y Maldonado, Aguayo y Lamelas, Duval y Orraca, Huffman y Van Gameren, Sánchez, Herrera y Perrotini, y Arias plantean: Algunas investigaciones reportan como principales causas del aumento en la participación laboral de la mujer en México, la mayor formación escolar así como cambios demográficos y culturales, entre los que destacan la disminución de la fecundidad, aumentos en la edad del matrimonio, en las tasas de divorcio, de separación y de madres solteras, así como cambios en la posición social de la mujer, en el estilo de vida en pareja y en las decisiones sobre el uso del tiempo de los integrantes del hogar. No obstante, no todo ha cambiado, existe cierta falsedad en esto, ya que, los puestos de gran poder de las instituciones más grandes no pueden aceptar que sea el género femenino quien lidere o tome decisiones.

Hay que abrir paso a una mente abierta, que tanto hombres como mujeres tengan las mismas oportunidades, que se deje a un lado la ignorancia de que un género es mejor que otro o que “no puedes hacerlo por el simple hecho de ser mujer” me parece inconcebible este tipo de ideologías. Abramo (2004) agrega: A pesar de que el nivel de escolaridad de las mujeres ya es superior al de los hombres en el mercado de trabajo (9 años vs 8 años) y que ha crecido significativamente el número de mujeres en las ocupaciones profesionales y técnicas (más de 50% en algunos países), los mecanismos de segmentación ocupacional que confinan a la gran mayoría de las mujeres a los segmentos menos valorizados del mercado de trabajo siguen existiendo y reproduciéndose. El empoderamiento de la mujer fue el detonante para que se abrieran nuevas oportunidades en ámbitos laborales, en puestos de gran poder y dentro de la familia por fin se les tomó en cuenta era sólo cuestión de abrir los ojos.

La futura socióloga quien se forma actualmente en la Unidad Académica Multidisciplinaria de Ciencias, Educación y Humanidades (UAMCEH), apunta: Las mujeres nos volvemos parte del problema al permitir que nos controlen, desde que estamos pequeñas es lo que nos inculcan, el cómo debemos actuar y la actuación es servir al hombre sin objeción, de alguna manera son esclavas de una cárcel irrompible y la sociedad es el verdugo. Díez, Terrón y Anguita (2009) observan: Otro de los factores que influyen en la escasez de mujeres directoras en las organizaciones escolares son las denominadas “redes invisibles” o colegios invisibles (Alonso, 2001) de los hombres, que hacen referencia a aquellas estrategias sutiles, solapadas y, en muchos casos, inconscientes, que sustentan el apoyo de los hombres hacia otros hombres para que asciendan en la jerarquía del poder. Unos rituales precisos para acceder al mundo de la autoridad que los varones conocen controlan y administran con eficacia.

Según Diez, Terrón, Valle y Centeno (2002) argumentan: El acceso de la mujer a puestos de dirección es una de las condiciones esenciales de la práctica de la igualdad en el seno de las organizaciones. Si esto no es habitual en las organizaciones educativas, el modelo de educación que se transmitirá contribuirá a desarrollar una educación no acorde con los planteamientos de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. En el aula se explican valores inculcados, uno de ellos es la igualdad, cómo se quiere tener este tipo de valores si ni ellos mismos cumplen con cierta condición, es como si predicaras con la verdad, cuando lo que sale de tu boca son falsedades, hay que predicar con el ejemplo, tanto hombres como mujeres podemos atender estos tipos de puestos, la mujer no debería de esforzarse de más para poder ser respetada como autoridad.

Diez, Terrón, Valle y Centeno (2002) explican: Estamos en una cultura tradicionalmente tan patriarcal que no nos permite pensar una sociedad en condiciones de igualdad. No hay experiencias, ni referentes, ni tradiciones que nos muestren cómo sería una sociedad organizada y tendemos a negar las realidades que no se ajustan a las concepciones que consideramos que ‘deben ser´. Es difícil el cambio cuando tenemos tan nuestro el comportamiento inculcado por nuestros ancestros, estoy de acuerdo con el autor ya que sí sabemos cómo somos y de dónde venimos, pero no sabemos hacia dónde dirigirnos para construir una verdadera transformación social de mentalidad adecuada a las vivencias de la mujer a profundidad, la discriminación indirecta, la falta de oportunidades y el tratar de relacionar comportamientos poco gratificantes para la mujer.

Diez, Terrón, Valle y Centeno (2002) deducen. La primera razón histórica, social y cultural que podemos dar de esta menor proporción de mujeres que acceden a cargos directivos no tiene que ver únicamente con el mundo de la educación, sino que es una constante social en todos los campos profesionales actuales: la costumbre social que se convierte en norma a la que todos/as nos sentimos inclinados a amoldarnos para no destacar ni hacernos notar. El espacio laboral en torno a las mujeres debe ser competitivo tanto para hombres como para mujeres en todos los campos académicos, no importa si estos son mayormente de hombres, debe haber un cambio de conciencia universal.

La señorita Carmen Guadalupe Lara Camacho, universitaria preocupada por la equidad en los ámbitos público y privado, concluye diciendo que la mejora de condiciones para el género sería un avance dentro de la sociedad, el liderazgo que muestran las mujeres en casa demuestra ser capaz de serlo, con ellas dentro de la esfera del poder que podría ser que incidiera en una nueva forma de gobierno más colaborativo, con un lado humanitario, colectivista que se enfocara en la equivalencia de derechos, en la preocupación hacia los estratos sociales más vulnerables, podría ser pero estamos llenos de ideales machistas que ensoberbecen los esfuerzos del género femenino, las leyes nos amparan pero parece que (hasta ahora) sólo hay propuestas inconclusas, a medias, generalmente impulsadas o controladas por los varones.

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