Cuando escuché por primera vez la noticia sobre la prohibición de la venta de unas treinta marcas de queso y dos de yogurt, no supe qué pensar.
Desde acá, en la estratósfera, pude escuchar los ayes y lamentaciones de los fanáticos del queso.
Quienes disfrutan de esta delicia derivada de la leche, pueden degustarlo en quesadillas, como botena, en tacos, espolvoreado sobre los chilaquiles, untado…
Y también hay infinidad de presentaciones: Tenemos el queso menonita, el queso Chihuahua, el queso Oaxaca, el queso amarillo, el cotija, el queso crema y todos los quesos extranjeros, como el roquefort, el manchego, el probolone, el camembert, el gruyere, el parmesano, el gouda y muchos, muchísimos más.
Quién diría que de un solo producto, como es la leche, pudieran salir tantos y tantos tipos de queso, cada uno con un sabor y textura diferente.
A pesar de que en Francia, España o Italia hay excelentes quesos, nadie le gana al mexicano en degustar este opíparo alimento.
Basta ir a cualquier fondita de colonia y pedir unas riquísimas quesadillas, o unas entomatadas rellenas de queso canasto.
De una manera u otra, todos somos gourmets del queso. Nuestras papilas gustativas se han acostumbrado tanto a este ingrediente, que casi casi podemos decir que somos una cultura del queso.
Pero, ¡oh, sorpresa! Luego de analizar el contenido de muchas marcas que se venden en el mercado, la Procuraduría del Consumidor descubrió que muchos de los quesos en realidad no tienen queso, o tienen otra cosa muy diferente al queso, o tienen menos queso del que publicitan.
Y como el Gobierno de la Cuarta Transtornación no quiere competencia, sino que se ha tomado para sí la facultad de tener o hacer las cosas sin tenerlas… Por ejemplo, rifó el avión sin avión, la primera dama en realidad no es primera dama, hay acusados de corrupción sin acusados, hay enjuiciamiento de ex presidentes sin expresidentes.
Y ahora, cuando se vende en las tiendas queso sin queso, ¡inmediatamente hay que eliminar la competencia!
Como si la idea hubiese sido patentada o registrada ante Derechos de Autor.
Pero vayamos al grano, como dijo un adolescente antes de reventarse la espinilla de la nariz. Conocidas marcas, como Caperucita, FUD, Nochebuena, Lala, Aurrerá y Philadelphia, entre otros, indican en la etiqueta que está en la parte externa del paquete, que la mayor parte de su contenido son grasas derivadas de la leche, es decir, ¡queso!
Sin embargo, cuando el laboratorio de la PROFECO hizo su chamba, descubrieron que en realidad la mayoría sólo incluyen suero de leche o grasa vegetal y polvos que revuelven y adicionan con conservadores y saborizantes artificiales para hacerlos pasar por un saludable producto que solo tiene el sabor a queso.
No dudo ni tantito que las quesadillas que le hago siempre a mi Pegasita en realidad estén hechas con chicle o plastilina.
Un caso similar ocurre con el café. Circula en redes sociales una información donde una famosa marca comercializa un polvo que no viene precisamente de la cereza del café, sino de algún grano diferente.
En cuanto al tema de los quesos, no os preocupéis. Para las panzas aventureras que no pueden vivir sin el queso, todavía hay algunas marcas en el mercado que cumplen con la Norma Oficial Mexicana, o pegarle a los quesos frescos que venden en las tortillerías.
Y ahora los dejo con el conocido refrán estilo Pegaso: “En este momento ya no deseo sólidos grasos de lácteo, me satisface más emerger de la trampa para atrapar roedores”. (Ya no quiero queso, sino salir de la ratonera).