Acorde a la expresión metafórica más utilizada por Francisco García Cabeza de Vaca en su campaña por la gubernatura de Tamaulipas, en la que decía que «soplarían los vientos de cambio», para renovar la vida pública de la entidad, así se pretendía que las «velarías» fueran el emblema de la obra pública del gobierno panista.
El uso de velarías se imaginó como muestra de la visión futurista, limpia, de muy alto impacto visual, de gran colorido y muy moderna, de la administración a cargo de Cabeza de Vaca, y esto lo pretendían alcanzar con las techumbres de material textil y estructura metálica ligera, cuyo nombre «velarías», se asocia con el origen de la palabra, que viene de «velas», de las que se usaban en la antigüedad para navegar, -en veleros-, y que hoy se conserva como transporte recreativo de lujo.
Las dichosas velarías construidas por el gobierno del estado de Tamaulipas, si lograron reflejar fielmente a las autoridades que ordenaron su uso en diversas obras de una decena de municipios, pero no la futurista y moderna que buscaban los pretenciosos tejanos de la Vaca Salvatrucha, sino la corrupta, incapaz, ineficiente y mediocre, pues así como han fallado los funcionarios estatales, así de chafas, insuficientes, mal preparadas, mal diseñadas, mal calculadas y pésimamente mal construidas, han resultado estas techumbres de lona.
La prueba la tenemos en el Centro de Bienestar y Paz del sector de Las Brisas en el municipio de Matamoros, una obra de treinta millones que colapsó el 14 de mayo de 2019 y que volvió a derrumbarse parcialmente el pasado 25 de septiembre del 2020.
El recinto presentó fallas a dos semanas de su inauguración por el gobernador Cabeza de Vaca. Nunca ha estado en funcionamiento ese lugar, en el que prácticamente se tiraron a la basura treinta millones de pesos.
Los conocedores del tema de la obra pública saben que las obras, las grandes obras, invariablemente deben contar con una fianza y un seguro por vicios ocultos, que obliga a los constructores a reparar los daños si estos se presentarán en el tiempo señalado en el contrato y siempre que sean imputables a fallas en materiales o en el proceso de construcción.
El asunto en este tema de la velarías, – el guasumara, dijo el Pocho-, es que los constructores deben asumir la culpa, el desprestigio y el costo de la reparación, de una parte de la obra que ellos no hicieron, ni ordenaron, ni supervisaron, ni eligieron al especialista que ejecutó esa parte del contrato.
El tema es que todas las velarías, de todos los Centros de Bienestar y Paz que han construido en varios municipios, y otras obras con distinta denominación, pero también con patios techados con lonas (velarías), le fueron subcontratadas a una empresa con domicilio fiscal en Guadalajara, por «recomendación» (entiéndase instrucción) de «José Manuel».
Algunos empresarios de la construcción, viendo la pésima calidad de las estructuras fabricadas en la empresa señalada por el hermano grande, optaron por reforzar completamente las soldaduras, agregar elementos estructurales y realizar pruebas no destructivas, con el considerable aumento de los costos. Lo hicieron porque iba de por medio el prestigio de sus empresas.
Que turno tan pesado es el que le tocó a Cecilia del Alto, Secretaria de Obras del gobierno de Tamaulipas, al propietario de la empresa Nanabi Xonijumu, S.A. de C.V. y al residente de la obra, que tienen que apechugar callados para no echar de cabeza al hermano incómodo del gobernador.
En la muy cerrada comunidad de empresarios de la construcción que traen obra del gobierno de Tamaulipas, y en la mayoría, que mantienen en ayuno prolongado de contratos, se escucha en voz baja, casi imperceptible, la expresión: «lo que callamos los constructores».