AL VUELO-Chicharras
Por Pegaso
Recostado en mi mullido cumulonimbus me pongo a recordar aquellos tiempos de mi niñez (Nota de la Redacción: ¡Uuuuhhhhh!) donde no había preocupaciones, no había violencia, no había coronavirus, no había pejes…(Nota de la Redacción: Aquí se equivoca nuestro colaborador. Ya para ese entonces el Peje empezaba a hacer sus pinitos en el PRI y a buscar la manera de llegar a la Presidencia de la República).
Años felices que solo eran interrumpidos por algún evento aislado, como el incendio de la refinería, alguna tormenta fuerte o la subida del río.
En época de lluvias, como la que estamos viviendo, siempre se oía el zumbido monótono de las chicharras.
La chicharra, cigarra o cigala, es un insecto de cuerpo rechoncho, ojos saltones y alas transparentes que produce un ruido que llega a ser irritante, sobre todo cuando nos estamos echando una sabrosa siesta.
Alguien decía por ahí: Nomás como y me da un sueño… y despierto y me da un hambre… Pero ese sueño reparador que buscamos en una pequeña siestecita es interrumpido de manera infame por el zumbido de las chicharras.
Lo bueno es que sólo lo hacen cada diecisiete años.
Efectivamente, las chicharras tienen un ciclo vital de 17 años. Las hembras entierran sus huevecillos en el suelo, donde se desarrollan las larvas, que después se convierten en pupas y luego en ninfas.
Cuando ya están listas para emerger, lo hacen como si fueran zombies. Con sus patas comienzan a remover la tierra e inmediatamente suben a algún mezquite, donde empiezan con su peculiar sonido de apareamiento.
Las hay de tres especies. La primera es la más pequeña. Tiene cuerpo cilíndrico de color amarillo o anaranjado. De chavos la conocíamos simplemente como chicharra.
La segunda especie es un poco más grande. Tiene el abdomen amarillo y el lomo negro con líneas blancas a los lados. Asumíamos que eran los machos y por eso los llamábamos chicharrones.
El tercer tipo era mucho más grande, de color verde metálico. Les decíamos chicharrones de San Juan, no sé por qué.
Chavales como éramos, en cuanto se oía el sonido de una chicharra (las tres especies se diferenciaban por la agudeza e intensidad del canto), nos trepábamos a los mezquites y huizaches para atrapar alguna de ellas.
Ya en nuestro poder, la amarrábamos con un hilo y la dejábamos volar. Era un juguete fenomenal, porque el insecto no se soltaba y nosotros podíamos pasar un rato de solaz y esparcimiento.
Los más difíciles de capturar eran los chicharrones de San Juan, ya que eran más escasos.
Se decía en aquel tiempo que llamaban a la lluvia y, efectivamente, después de varios días de que las chicharras empezaban a zumbar, se venían los fuertes aguaceros que inundaban la parte más baja de la colonia El Chaparral.
Si usted presta atención, podrá oír ahora el monótono sonido que producen estos insectos. Es su llamada de apareamiento para reiniciar su ciclo vital.
No quiero terminar esta colaboración sin recordar aquella famosa canción vernácula que decía: “Ya no me cantes, cigarra/ ya para tu sonsonete/ que tu canto aquí, en el alma/ como un puñal se me mete,/ sabiendo que cuando cantas/pregonando vas tu muerte”.
Viene el refrán estilo Pegaso: “Y deseo perecer emitiendo sonidos armónicos de manera similar a la cicada” (Y quiero morir cantando como muere la cigarra).